Cuando en el año
1059, el duque Roberto Altavilla, se alió con el papa Nicolás II con el fin de
“limpiar” la Sicilia de los infieles sarracenos que dos siglos antes se habían
instalado en la isla mediterránea, ninguno podía imaginar que en poco tiempo se
convertiría en uno de los reinos más luminosos del Medioevo. Este reino se
inició la noche de Navidad del 1130, cuando el nieto de Roberto, Ruggero,
primer rey de Sicilia, se hizo coronar en la catedral de Palermo. Ese mismo año
ordenó que se iniciase la construcción de la capilla Palatina en su nuevo
palacio, la cual estaría terminada en solo 13 años.
La capilla
Palatina por dentro
La planta de la
capilla es la clásica de las basílicas occidentales, con una nave central y dos
naves laterales, separadas por columnas de granito con capiteles corintios. El
arte latino se refleja en los pisos decorados con mosaicos de piedra, las
incrustaciones en mármol de las paredes, el gran “podio” revestido de malaquita
y el candelabro pascual, con animales de mármol complejamente entrelazados.
El arte bizantina
se encuentra en los techos: espléndidos mosaicos en oro, con personajes de la
Biblia dispuestos en perfecto orden jerárquico, culminando en la cúpula con la
representación de Cristo. Los mosaicos cumplían una función educativa: cada
imagen es una verdadera enseñanza religiosa, con diversos episodios de los
Evangelios.
Más arriba, el
techo es un característico ejemplo de arte islámica, con una cobertura
incongruente para una iglesia cristiana, pero introducida armónicamente en el
ambiente.
Realizado con la
técnica de muqarnas (bóvedas de prismas colgantes), decoradas con motivos geométricos
y vegetales, los artistas árabes se inspiraron en la atmósfera relajada de la corte
palermitana y representaron figuras humanas realizando tareas cotidianas.
Hoy, el Palacio Normando,
es sede de la Asamblea Regional Siciliana.
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